Por Joaquín E. MARIAS BALDILLOU

Actualmente despertamos de un profundo dormir con el sonido de una alarma, nos sentamos en una mesa y disfrutamos de un desayuno que inaugura nuestro día, un día en el que hablaremos extensos minutos por celular, andaremos grandes distancias en vehículo y caminaremos kilómetros rodeados de grandes moles de concreto. De vuelta en nuestras casas resulta un poco extraño pensar en la inconmensurable cantidad de minerales y rocas que hicieron posible desde el sonar de la alarma hasta los gigantes edificios que nos rodean.

Hace 2,5 millones de años, el Homo habilis comenzó a construir artefactos líticos de características muy primitivas. Esto conlleva a pensar que este prehistórico ancestro de nuestra civilización se vio obligado, ante un empujón evolutivo, a buscar materiales adecuados para la construcción de estas herramientas.

Visto de otro modo, puede decirse que el Homo habilis tuvo que explorar, encontrar y extraer ciertos tipos de roca para cubrir la demanda de materia prima adecuada y necesaria para construir los instrumentos que su desarrollo le reclamaba. Aunque parezca increíble, esta es la definición más básica de minería, la cual tiene 2,5 millones de años de antigüedad.

Sin embargo hay muchas diferencias entre la minería que desarrolló nuestro ancestro con la que hoy nos permite una jornada llena de despertadores, celulares, vehículos y construcciones.

La obtención de materia prima proveniente de la tierra, erróneamente ya no es considerada una actividad indispensable o totalmente necesaria como lo era para el antiguo homínido, sino que es vista como una actividad económica en la que sólo unos pocos son beneficiados y otros tantos perjudicados. Esta conceptualización de minería es común en poblaciones que desconocen ampliamente el tema, pero aún peor es cuando ciertos sectores, bajo determinados intereses, aprovechan la incertidumbre para explicar lo real con falsedades.

En este punto es donde el estado desempeña un papel fundamental apoyando al rubro con seriedad y generando conciencia social que refleje cuán indispensable es esta industria.

No hay país que pueda progresar sin un estado y una sociedad que defiendan las actividades que en él se realizan. Y progreso muchas veces es sinónimo de calidad de vida, estabilidad económica y bienestar social.

Sin embargo, en sitios insólitos para una persona de ciudad o que generalmente se encuentran alejados de las grandes ciudades, hay localidades en las que curiosamente todos apoyan plenamente a la minería. Esto es totalmente comprensible cuando se observa que todo lo que mueve a esa comunidad gira en torno al sector minero. Maquinistas, camioneros, cocineros, obreros, ayudantes, técnicos, y a veces hasta especialistas, todos habitantes de dicho lugar, reconocen con orgullo que su sustento no es más que la mina o proyecto que se gesta a sus espaldas.

A partir de los 3000 metros sobre el nivel del mar o en un área inhóspita cualquier persona lúcida verá que pocas empresas se podrán instalar en tal ámbito, y que ningún rubro ocupará a tanta gente como lo hace la minería.

En muchas oportunidades, la única posibilidad de mejorar el status quo de los naturales de un lugar remoto es que el trabajo vaya hasta ellos. En las ciudades, las barreras culturales, educacionales y económicas nos limitan y condicionan para poder ser empleados. En cambio, en emprendimientos asociados a la extracción de materia prima mineral, estas exigencias no son de tal importancia, permitiendo la contratación de personas con escasa formación académica.

Esa fuente de trabajo que se traslada hasta un punto lleva consigo hospitales, escuelas e infraestructura de todo tipo, y deja a su paso tendidos eléctricos, gasoductos y líneas férreas que permitirán el crecimiento de cualquier zona aledaña.

Pero más allá del legado tangible que deja esta industria, se encuentra lo económico. Los tributos e impuestos pagados al estado municipal, provincial y nacional son cuantiosos. Estas ganancias serán posteriormente redistribuidas en todos los sectores de la sociedad, colocando a la minería como un aporte monetario real y valioso para el país en general.

Es entonces el esfuerzo en conjunto de un sistema formado por el estado, la sociedad y las empresas el que hace que todos rindan, beneficien y sean beneficiados.

Pero el desafío de poner en marcha todos estos engranajes no es fácil y la conciencia de avanzar no debe ser conforme a sólo una de las partes, sino debe ser común a todas.

En cualquier rincón poblado de la Tierra donde se esté encendiendo una bombilla, hay cobre. Manteniendo a flote aquellas descomunales cargas mercantiles que recorren océanos durante días hay cientos de toneladas de hierro. Rocas, cal y arena acarician el cielo de las imponentes urbes. En el aire, increíbles cantidades de aluminio mantienen en vuelo correos, mercancías y personas que se trasladan incesantemente de un punto al otro. Azufre, potasio y fósforo hacen posible que crezcan los mejores viñedos, manzanos y cerezos del mundo. Cadmio, estaño, litio y plomo se conjugan para hacer posible la existencia de la computadora que todos tienen frente a sus ojos. Y en general, ninguno de los tres sectores involucrados, sociedad, empresas y estado, se ha percatado de la gran importancia que tiene cada uno en esta danza revolucionaria que tantos años nos costo aprender a bailar.

Es por eso que si preguntan qué es la minería, responderé que es un calido despertar en un mundo que cada amanecer tiene más ganas de desayunar tecnología, desarrollo y calidad de vida, un despertar que hace posible que hoy podamos distinguir los 2,5 millones de años que pasaron desde que el Homo habilis caminó por primera vez en busca de ser lo que hoy somos.


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